Bésame en silencio


Bésame en el silencio de la noche,

entre los murmullos pasajeros,

arriba a mis sueños lentamente,

desprendiéndome de las insignificancias.


Dibuja unas alas azules en mi espalda,

con los trazos finos de tu pincelada,

mientras canturreas en voz baja

y mezclas los colores en mi cadera.


Llévame de la mano por los bosques,

librándome de la fiera que vive en mí,

calmando esa rabia que ruge sin medida,

solamente con un beso en la noche.

Publicado en Apocatástasis Sep, 2008

Lluvia

Fuente de imagen: Andrei Ornelas

Quiso volver sobre sus pasos, recordar el camino que había trazado. La lluvia comenzó a mojarle la cara. Corrió para cubrirse en el vano de una puerta, pero el agua se colaba por todos lados, chocando con su ropa, haciendo que sus zapatos se fueran inundando.

Tomó una bocanada de aire húmedo y decidió que ya no podía permanecer ahí parada, toda su vida había hecho lo mismo, ser un espectador pasivo, sentado en las butacas frente al escenario.

Ahora intentaría subir al escenario, llenar de gritos y lamentos el pequeño rincón del mundo que la había parido.

El agua no sólo le inundaba los zapatos, ahora subía por sus piernas hasta alcanzar la orilla de su falda, luego su cintura, su pecho, la cabeza...

El golpe seco de la puerta rompió el silencio, el casero furioso recorrió el departamento, entro al baño y jaló la cortina.

Ella flotaba, completamente vestida, con el rostro sonriente y el agua desbordándose por el piso.

Tu y lo que fui.

Caí de bruces sobre ti,
tratando de no ahogarme en tu olor,
de saborearte hasta saciarme.

Aprendí de las noches,
con la piel cubierta de tus besos,
y tu nombre grabado.

Decidí quedarme ahí,
el tiempo suficiente para amarte,
aunque nunca fue suficiente.

Abandoné la loca idea,
la quimera absurda de esperarte,
no había nada, tan sólo el delirio.

Y duermes

Despiertas, te bañas, te arreglas, te vas. Trabajas, cocinas, estudias, corres, nadas. Saludas, asientes, disientes, decides, dudas, asumes. Los engranes de tu vida nunca tienen un momento de paz. Cualquier pausa los templa pues saben de antemano que sólo sirve para tomar impulso y aumentar las revoluciones del ritmo de tu alma. Regresas a tu refugio, subes la escalera y entras en la recámara. Buscas reposo pero ni al dormir descansas. Tú no lo sabes, pero eres el vértice inicial de un prisma de fantasías de quien te desea a la distancia.

Y llegas, y te conviertes en la tilde de todos mis acentos. Soy la desesperación al quitarte la ropa y el día de encima. La ternura para cubrirte con un pijama. Soy unguento para tus pies cansados. Soy etérea vagabunda y sacio con tu imagen el hambre de mis pupilas. Soy un peine de cinco dientes alaciando tu cabello negro. Soy la escultora que por las noches vuelve a moldear tu ser completo. Soy voyeurista perenne, perdida en las formas que te contienen.

Me ofrezco y te enciendes. Te pido prestados besos que no pienso devolverte. Me enciendo y te ofreces. Cuatro manos y dos cuerpos juegan a recorrerse. Dibujamos figuras irrepetibles en las sábanas. El sol escarlata que habita en mi entrepierna tiene el deseo vehemente de anochecer en tu garganta. Exiges tu residencia hundiéndote en mi centro. La quietud será el último de tus movimientos. Y duermes. Y duermes conmigo, compartiendo la humedad, habiendo en el mundo tantos otros sitios donde podrías estar.

Lorena Sanmillán

Basura

Tengo una basura en el ojo
que no puedo sacarme
y que me hace llorar

Tengo una esperanza perdida
ya será en otra vida
que la vuelva encontrar

Eres una luz que se apaga
una historia que empieza
y que le urge acabar

Era un corazón imposible
que al hacerlo posible
tuvo que terminar

Hoy eres una nostalgia
el recuerdo de un día
que no debió de pasar

Hoy eres un dolorcito
que se clava en mis pechos
sin dejarme olvidar

Eres la basura en los ojos
que me vuelve grotesca
al no parar de llorar

Escrito la noche de un 2 de julio (de un 2006),

En la torre

A mitad de la ciudad, en el rincón más alto de uno de tantos edificios sin nombre que el tiempo ha transformado en pilastra de losas quebradizas, vivía una madre con sus hijos, Antares y Talía, dos bellísimos hermanos de trece y doce años, rubios y bulliciosos, que pasaban el tiempo jugando a que vivían atrapados en la torre de un castillo. Corrían por los pasillos de otros cuartos miserables, entre tendederos, jaulas y tuberías con los que fabricaban los obstáculos y metas de sus juegos.

Ella era una princesa, atrapada en esa torre por un hada corrupta, él jugaba a ser una estrella que el cielo había prestado a la infanta para hacerle compañía. Imaginaban que arañas y cucarachas eran emisarios de su carcelera y presurosos las aniquilaban. Las hormigas, en cambio, siempre fueron sus aliadas. El único lugar en que se sentían completamente a salvo, donde lo planeaban todo e inventaban sus historias, era un sillón verde que un mago había puesto junto a una pared tornasolada. Para ellos todo en la vida era juego.

Esa tarde el sol quemaba. El muchacho se quitó su única camisa, un viejo pedazo de tela que, por su tamaño, le venía como túnica. En ese momento sopló una inesperada ráfaga de viento que hizo volar el trapo sucio. Al intentar la princesa atraparlo, en el quicio de la azotea, resbaló. El corazón de Antares se apagó antes de que el cuerpo de la princesa tocara el piso. Al fin estaban libres.

La vida en una caja de zapatos

-En una caja de zapatos no cabe una vida- concluyó ella cuando pensaba en la tarea que su profesora le había encomendado.

Era su última oportunidad para acreditar, de panzazo, el taller de redacción que le faltaba para salir de la prepa. -Haz un ensayo de más de mil caracteres- le dijo –en el que describas como es la vida en una caja de zapatos.

Si no acredita esa última maldita materia, seguramente no podrá ir a McAllen con Aurora y a Lorena para las vacaciones. Sería una tragedia suspender ese shopping para el que se había preparado por tanto tiempo. Era su regalo por haber terminado la prepa, no le parecía justo perder algo ganado en tres años de aburrimiento, nomás porque no supo escribir "cómo es la vida en una puta caja de zapatos".

-¡Carajo!- pensó -Y tenían que ser zapatos- Esa maestra realmente conocía su punto débil. Llegó a su habitación, abrió el clóset y sacó de una torre que la enorgullecía, la caja de sus zapatos favoritos, sus Dolce&Gabbana azules que le encanta usar con minifalda. Sonrió.-En una caja de zapatos sólo caben zapatos- dijo para sí y acarició el terciopelo de sus tacones preferidos.

Como si fuera una película, la cámara se aleja. En principio, es una toma fija de su cuarto filmada desde arriba, luego, la cámara se abre en zoom out para dejar ver el techo de la casa, su barrio, la ciudad, el planeta, el universo entero. De pronto, más allá de las galaxias se dibuja el contorno una caja de zapatos y, conforme la toma sigue alejándose, se ve a una joven en cuclillas, entre preocupada y divertida observando el interior de una caja de cartón y pensando que la vida es demasiado grande.