Lluvia

Fuente de imagen: Andrei Ornelas

Quiso volver sobre sus pasos, recordar el camino que había trazado. La lluvia comenzó a mojarle la cara. Corrió para cubrirse en el vano de una puerta, pero el agua se colaba por todos lados, chocando con su ropa, haciendo que sus zapatos se fueran inundando.

Tomó una bocanada de aire húmedo y decidió que ya no podía permanecer ahí parada, toda su vida había hecho lo mismo, ser un espectador pasivo, sentado en las butacas frente al escenario.

Ahora intentaría subir al escenario, llenar de gritos y lamentos el pequeño rincón del mundo que la había parido.

El agua no sólo le inundaba los zapatos, ahora subía por sus piernas hasta alcanzar la orilla de su falda, luego su cintura, su pecho, la cabeza...

El golpe seco de la puerta rompió el silencio, el casero furioso recorrió el departamento, entro al baño y jaló la cortina.

Ella flotaba, completamente vestida, con el rostro sonriente y el agua desbordándose por el piso.

Tu y lo que fui.

Caí de bruces sobre ti,
tratando de no ahogarme en tu olor,
de saborearte hasta saciarme.

Aprendí de las noches,
con la piel cubierta de tus besos,
y tu nombre grabado.

Decidí quedarme ahí,
el tiempo suficiente para amarte,
aunque nunca fue suficiente.

Abandoné la loca idea,
la quimera absurda de esperarte,
no había nada, tan sólo el delirio.

Y duermes

Despiertas, te bañas, te arreglas, te vas. Trabajas, cocinas, estudias, corres, nadas. Saludas, asientes, disientes, decides, dudas, asumes. Los engranes de tu vida nunca tienen un momento de paz. Cualquier pausa los templa pues saben de antemano que sólo sirve para tomar impulso y aumentar las revoluciones del ritmo de tu alma. Regresas a tu refugio, subes la escalera y entras en la recámara. Buscas reposo pero ni al dormir descansas. Tú no lo sabes, pero eres el vértice inicial de un prisma de fantasías de quien te desea a la distancia.

Y llegas, y te conviertes en la tilde de todos mis acentos. Soy la desesperación al quitarte la ropa y el día de encima. La ternura para cubrirte con un pijama. Soy unguento para tus pies cansados. Soy etérea vagabunda y sacio con tu imagen el hambre de mis pupilas. Soy un peine de cinco dientes alaciando tu cabello negro. Soy la escultora que por las noches vuelve a moldear tu ser completo. Soy voyeurista perenne, perdida en las formas que te contienen.

Me ofrezco y te enciendes. Te pido prestados besos que no pienso devolverte. Me enciendo y te ofreces. Cuatro manos y dos cuerpos juegan a recorrerse. Dibujamos figuras irrepetibles en las sábanas. El sol escarlata que habita en mi entrepierna tiene el deseo vehemente de anochecer en tu garganta. Exiges tu residencia hundiéndote en mi centro. La quietud será el último de tus movimientos. Y duermes. Y duermes conmigo, compartiendo la humedad, habiendo en el mundo tantos otros sitios donde podrías estar.

Lorena Sanmillán